Diario – Alejandro Rubio

Pero, ¿cuál es tu revolución?
Alejandro Rubio, Diario.
Santiago: Libros La Calabaza del Diablo, 2009.

Alejandro Rubio, poeta bonaerense nacido en el 67, ha publicado recientemente el título Diario, su octava obra a la fecha. Es considerado un personaje insigne de la escena literaria porteña under, y asimismo se ha granjeado fama de picante polemista –principalmente gracias a su actividad como blogger, que ejecuta en diversos sitios virtuales bajo el mote de “maiakovski”, que a estas alturas ya no le oculta de nada ni de nadie. Ah, esto es importante, Rubio se autodefine como peronista.

En la Presentación, firmada bajo el nombre de Hipólito Taine (filósofo francés del siglo XIX), se hace pasar el texto a nombre de Policarpio Berreteaga, un escritor que, hundido en su fracaso como novelista, “intenta convencer a los crédulos de que su fracaso es la Obra Total, el Terminator afrancesado de la literatura tal como hasta la conocimos.”  Diario, que transcurre en un sempiterno y único día que se reitera (07 de mayo de 2007), escrito en un lenguaje predominantemente prosaico, es un libro de meditaciones, comentarios y anotaciones de diversa índole, que se mueve entre un registro íntimo, otro más barrial, y uno definitivamente público, en donde lo que prima y conecta las distintas partes es un tono de marcado escepticismo: “Gente horrible en el cine mira a gente horrible en el subte que mira a cada prójimo como el más horrible de los horribles cuyo horror se refleja al infinito en los planos espejados de su conciencia de espaldas a la tiniebla.” Es también, a su modo, el ejercicio de un ingenio sarcástico, enormemente cruel y pesimista, que se esfuerza constantemente por oponerse a lo que considera una poesía idealista y desmaterializada: “La poesía de las fuerzas desatadas debe contemplar al gusano humano.”, observa el poeta.

A cambio, como propuesta que se precipita desde el otro lado de lo calumniado, Rubio nos ofrece el insistente derramamiento de su spleen, a ratos con cierta lucidez, a ratos con turbia obcecación. A cambio, el fluir del embole rioplantense que, en los momentos en que la autoconciencia sardónica del escritor baja la guardia, aparece casi como un tierno maullido quejoso pero inocuo: “¿Qué culpa tengo yo de haber nacido en Buenos Aires?”.

Todo se debate en esta encrucijada, pareciera indicarnos el autor: o se es inteligente y todo es una mierda, o se es estúpido y todo sabe a miel. Y pasa que, en estos términos, y como en el caso de todas las oposiciones binarias, la realidad no sólo se achica, se simplifica y se opaca, sino que se vuelve o muy estática, o muy estética, o muy estítica (o las tres). En Diario, la abrupta crítica de la superficialidad posmoderna se ejecuta desde el plano de una poética que, contradictoriamente, ensalza un individualismo a ultranza, propio del genio romántico, del artista al que lo social le parece siempre una algarabía trivial. Es, asimismo, una crítica que habla desde el espacio doméstico, y que constantemente se ve interrumpida por los lamentos de un padre moribundo que se pasea por la casa y por los reclamos del mismo poeta acerca de un desperfecto del computador. Así, todo lo que rodea al poeta, todo lo que su campo de visión abarca, se está deteriorando, y su destino funesto, nunca aceptado del todo, es la mera contemplación de esa decadencia.

De este modo, la poesía de Rubio opera desde una extraña zona indeterminada y difícil de leer que lo ubica entre el poeta maldito y el alma bella, posiciones que, a pesar de sus inmensas diferencias, tienen en común una cosa: una absoluta e infructuosa inmovilidad. Y es que Rubio, ciertamente, no fue poeta de ninguna Revolución, ni tuvo una musa llamada Lilia, ni mucho menos, a falta las anteriores, se suicidó a los 37 de un disparo en el corazón.

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